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La revolución que viene


¿Ocurren cambios trascendentes en la infraestructura o base económica del mundo? El 70% del Producto Interno Bruto mundial corresponde actualmente al Sector Terciario de administración, educación, investigación científica, finanza, servicios, entretenimiento, turismo. Actividades de procesamiento y difusión de información «superestructurales» generan hoy la mayor parte de la producción mundial: cerca de 40% de ella en los países en vías de desarrollo; el 80% o más en los desarrollados.

El agente fundamental de tal cambio es una nueva herramienta: el computador o «máquina universal» de Alan Turing. Ésta es progresivamente encargada de ejecutar automáticamente tareas antes encomendadas a humanos, multiplicando exponencialmente la velocidad y la productividad.

La información deviene así el bien más valioso en nuestra era y, a diferencia de los productos fundamentales en otras épocas, puede ser replicada de manera infinita a un costo insignificante o nulo.

Ello a su vez altera las relaciones de producción: máquinas inteligentes sustituyen y dejan sin empleo una proporción cada vez mayor de trabajadores manuales e intelectuales. Se estima que en una década habrán reemplazado cerca de la mitad de los puestos de trabajo existentes.

La automatización desplaza así grandes masas hacia el desempleo, la exclusión y la marginalidad. El trabajo a distancia favorece que la relación laboral sea sustituida por el trabajo a destajo, incluso en los oficios del Sector Terciario. Dentro del capitalismo, esto hará inviable la subsistencia para la gran mayoría de la población.

La herramienta informática asimismo promueve un cambio en la propiedad de los medios de producción. En el capitalismo industrial, el obrero no es dueño de la materia prima, de la fábrica ni del producto final. La masificación de las computadoras posibilita que, al igual que sucedía con el artesanado, el trabajador ahora sea dueño tanto de la materia prima como de la herramienta para procesarla y del producto final. Al poner en sus manos el medio de producción fundamental, se abre paso a un nuevo modo de producción.

Por otra parte, al facilitar la difusión instantánea y universal de la información, medios de comunicación como internet y la telefonía celular posibilitan y hacen en última instancia inevitable su apropiación social.

A pesar de ello, el capitalismo aplica recursos extremos para apropiarse de la información pertinente y excluir a las mayorías de su acceso. La informática instituye sistemas de espionaje casi total, imposibles en épocas anteriores. Llamadas telefónicas, correos electrónicos y redes sociales son interceptadas para obtener información sobre sus usuarios. Las técnicas del llamado Big Data y cookies compilan y analizan su contenido. Las operadoras se atribuyen el derecho de utilizarlo para sus propios fines. Mediante normas sobre propiedad intelectual y seguridad nacional, las élites políticas y económicas se reservan o mantienen en el más estricto secreto la información necesaria para retener e incrementar su poder, y castigan con feroces retaliaciones su divulgación, como ocurre en los casos emblemáticos de Chelsea Manning, Edgar Snowden y Julián Assange. La información pertinente tiende a concentrarse en un número cada vez menor de manos. Una impenetrable nube de desinformación, irrelevancias y Fake News aliena al resto de la humanidad.
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Con tales procedimientos la informatización ha acelerado la concentración del capital en un número cada vez menor de manos. Señala el Credit Suisse Research Institute que la mitad inferior de la población mundial es propietaria de menos del 1% de la riqueza total. Al mismo tiempo, el 10% más rico posee 88% de la riqueza mundial, y el 1% superior por sí solo es dueño del 50% de los activos globales https://www.globalpolicywatch.org/esp/?p=595). Cada crisis económica incrementa y acelera esta desigual distribución; la pandemia la profundiza todavía más.

Proporcional a la concentración de la propiedad es la privación de ella para las mayorías trabajadoras. Durante el siglo pasado, algunos sistemas capitalistas desarrollados aplicaron políticas de inversión pública para paliar las crisis económicas, algunos empresariados concedieron a regañadientes derechos a sus trabajadores, ascendiéndolos de proletarios a estratos consumistas de ingresos medios. Según predicó John Maynard Keynes, estas medidas eran «el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes», es decir, del sistema de propiedad privada de los medios de producción, y su sustitución por sistemas socialistas (Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero. Cap. 24. Notas finales sobre la Filosofía Social a que podría conducir la Teoría General. Pág. 364. Fondo de Cultura Económica, México, 1958).

A raíz de golpes de Estado de derecha, del empleo de medios perfeccionados de propaganda política y de la disolución de la Unión Soviética, gobiernos y empresarios estimaron innecesarios paliativos para evitar la radicalización de las masas. Siguió la inmisericorde aplicación de medidas autoritarias, neoliberales y fondomonetaristas para recortar drásticamente salarios, derechos laborales y gasto social.

Trabajadores y estratos medios de los países desarrollados están en estado de pauperización o al borde de ella. El capital desplazó sus empleos hacia maquilas en países del Tercer Mundo, con las más voraces condiciones de explotación laboral imaginables, pero incluso estos puestos de trabajo subpagados están a punto de ser ocupados por maquinarias.

Las protestas recurrentes de Ocupy Wall Street, los Indignados, los Chalecos Amarillos, de los granjeros de la India, entre otras, son la respuesta mundial contra esta victimización económica.

Gobiernos y medios han logrado disiparla mediante la represión y la postergación de soluciones. Pero siendo la pauperización universal y creciente, cabe esperar protestas cada vez mayores, más generalizadas y duraderas. No por nada algunos billonarios y las organizaciones que expresan sus intereses se han manifestado dispuestos a soportar discretos aumentos en la tributación que permitan aliviar la situación mundial de los desposeídos. No actúan por humanismo, sino para instalar válvulas de seguridad que desahoguen el peligroso exceso de presiones sociales.

El cambio social, económico y político se da en tres modalidades. En la primera, los aparatos cognitivos de la superestructura perciben adecuadamente los cambios infraestructurales y adoptan oportunamente las adaptaciones requeridas. Es lo que llamamos evolución. En la segunda, los aparatos cognitivos se niegan a percibir los cambios infraestructurales, o las instancias de decisión persisten en sus estrategias tradicionales hasta que una confrontación, a menudo violenta y parcialmente destructiva, las sustituye y fuerza el cambio. Es lo que llamamos revolución. En la tercera modalidad, los aparatos cognitivos de la superestructura se han perfeccionado a tal punto en la falsificación de la realidad que el sistema permanece inalterado fueren cuales fueren los cambios que se operen, hasta que su incompatibilidad con ellos produce un colapso generalizado. Es lo que llamamos decadencia.

El problema del poder sobredeterminante que han adquirido las superestructuras del sector terciario por su papel dominante en la economía y su control de la información consiste en que pueden pretender ignorar o disimular los cambios hasta que la totalidad del sistema colapse de manera catastrófica con costo inconmensurable y limitada capacidad de regeneración civilizatoria. Pensemos en la caída del esclavista Imperio Romano, que dio paso a un milenio de retraso feudal.

Como el bien más valioso en esta época, que puede ser multiplicado sin costo de manera casi infinita para todos por máquinas inteligentes, la información abre dos perspectivas. En la alternativa capitalista, según señalamos, la progresiva suplantación del trabajo humano por la maquinaria engendrará enormes contingentes de desempleados y excluidos, agudizará la concentración de la riqueza en un número cada vez menor de propietarios; agravará la desposesión de las masas y en definitiva llevará al colapso del sistema porque una población sin ingresos no puede adquirir los bienes que el sistema produce.

En la alternativa socialista y revolucionaria, la introducción de maquinarias inteligentes no conducirá al desempleo masivo, sino a la generalizada disminución de la jornada de trabajo, al incremento de la participación en el consumo del producto social y a un aumento del tiempo libre disponible, que liberarán a los humanos del trabajo no creativo y les permitirán dedicarse a tareas no alienadas de investigación científica y humanística, invención estética y disfrute personal y colectivo. Abrirá las puertas hacia lo que llamaba Marx el Reino de la libertad.
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La resistencia del capitalismo trasnacional determinará cuál de las vías señaladas abrirá paso al nuevo modo de producción. Hasta el presente, se ha negado a adoptar cambios evolutivos. Sólo la revolución, a pesar de su posible violencia, podrá ahorrar el costo de una catástrofe civilizatoria sin precedentes.

Luis Britto García. Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com


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